En su visita al CEINCE, Rodrigo Cubillo, profesor de Educación Física de la Universidad Isabel I de Burgos se detuvo en el cartel de Rafael Torromé intitulado “Abecedario Gimnástico. Método Morfológico de Lectura””, una curiosa propuesta datada en 1904 para el aprendizaje de las letras y la entrada de los escolares en la llamada por Milton Parry “isla del alfabeto”.
Aprender a leer fue el primer logro a que debía aspirar la educación escolarizada. A comienzos del siglo último muchos educandos aprendieron a leer pero no a escribir, como indican las tasas de alfabetización de la época, que distinguían entre “sabe leer” y “sabe leer y escribir”. Obviamente, este artificio metódico era funcional para aprender a leer los signos gráficos del alfabeto, aunque no tanto para aprender a reproducirlos por escrito.
Por lo demás, el modelo de Rafael Torromé, al asociar los grafismos a los movimientos del cuerpo, introducía refuerzos lúdicos en la enseñanza/aprendizaje y se servía de juegos asociativos que combinaban lo simbólico con lo empírico, en el contexto de lo que recomendaba el activismo emergente de la época.
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